domingo, 5 de abril de 2009

Un último perdón (IV)

...
En la comisaría, un agente me tomó declaración y me mandó a casa. No me supo decir cuándo tendría efecto. Fui a casa de tus abuelos, temiendo lo que haría tu padre en caso de que se enterase de lo que acababa de hacer. Allí, mi madre me abrazó y nos sentamos para charlar un rato. Me contó algunas de las intrigas que se contaban en el patio; me hizo sentir en casa de nuevo. Cuando llegó tu abuelo del trabajo, se quedó muy sorprendido por mi presencia, creo que casi estaba molesto. Le expliqué las razones por las que estaba allí, pero él no quiso escucharme y me obligó a volver con tu padre, asegurando que la culpa de las palizas era únicamente mía y que, por eso, debía asumir las consecuencias de mis actos.

Me marché a punto de llorar, consciente de que si Antonio se enteraba de que le había denunciado, acabaría conmigo y de que no tenía a nadie a quien recurrir. Temerosa, abrí la puerta. Por suerte, tu padre aún no estaba allí, sino que apareció al poco tiempo, con su acostumbrado ramo de flores.

Se disculpó diciendo que siempre había sido muy celoso y que, al no contestar, había pensado que yo le había engañado con otro.

–Mari, ahora estoy seguro de que no me has sido infiel. No sé cómo he podido pensar lo contrario. Por favor, perdóname. Cuidemos juntos de ese niño. Seamos una familia feliz.

–Sí –contesté yo sin convicción.

Al día siguiente, al volver él del trabajo se rompió el propósito que había expresado.

–Me he enterado de que ayer estuviste en la comisaría.

Negarlo no tenía sentido. Tampoco lo tenía confirmarlo, así que guardé silencio y esperé con impaciencia que comenzase una nueva paliza, pues los momentos más angustiosos son aquéllos en los que se es consciente del daño que se avecina y de que no se puede evitar.

Los golpes no tardaron en cernirse de nuevo sobre mi cuerpo. No me resistí a ellos, nunca lo hacía, sino que me resguardé el vientre con los brazos.

Esta vez, me sangraron la nariz y el labio y tuve moretones y rasguños en brazos y piernas. Cuando se cansó, se fue. Yo me levanté del suelo y acudí al cuarto de baño, donde guardaba el tan usado botiquín para curarme. Cuando hube acabado entré en mi habitación, saqué mi vestido de novia del armario, le quité su funda de plástico y lo extendí sobre la cama. Era tan bonito que no pude evitar que dos cálidas lágrimas se deslizasen silenciosas por mis mejillas. Aquél había sido el símbolo de lo que debería haber sido el comienzo de una vida feliz, pero al final ésta no había sido como esperaba, me estaba ahogando en lágrimas. Me tumbé junto al traje, de lado para poder mirarlo. Tomé una manga de finísima puntilla inmaculada en la mano. De repente, dos círculos húmedos y perfectos rompieron el puro blanco de la tela. A las lágrimas que acababan de caer las acompañaron muchas otras. Cuando ya no quedaron más en mis ojos, cerré los párpados, apoyé mi mejilla sobre el escote del vestido y, finalmente, me deshice de la tensión acumulada a causa de la iracunda presencia de Antonio. Las palizas de los dos últimos días habían resultado mucho más severas que otra que me hubiese propinado otro día cualquiera. No podía permitir que mi marido destruyese lo único bueno que había en mi vida, aunque también fuese una pequeña parte de él. No iba a consentir que te dañase, por lo que tomé la decisión más difícil de mi vida. Ahora, aunque lo lamento mucho más de lo que puedas imaginarte, no me arrepiento en absoluto, porque tú eres lo más importante para mí.

El resto de mi embarazo transcurrió más o menos apaciblemente, Antonio me dio algunas bofetadas, pero que no llegaron a causar nada más grave que un ojo morado.
El día siete de septiembre naciste tú y fue el mejor día de mi vida, superando con creces el de mi boda, ya que con el tiempo esos recuerdos dulces han ido amargándose, poco a poco, golpe a golpe.

Las contracciones comenzaron a las a las once y veinte de la mañana y rompí aguas una hora después. Entonces yo ya me encontraba en el hospital, atendida por unos médicos que me inspiraron una profunda confianza y acompañada por mi marido.
Naciste a las seis menos cuarto de la tarde el día siete de septiembre del año 1990 y pesaste tres kilos con ochocientos gramos. Cuando te depositaron en mis brazos dejé de sentir dolor, embargada por una profunda alegría.

–¡Hola! –te susurré y tú abriste los ojos y me miraste. Sé que aún no podías verme, pero el efecto que tuvo sobre mí lo que hiciste es indescriptible. Me acometió un optimismo que no había sentido desde hacía mucho y por un momento me olvidé de la promesa que me había hecho ocho meses atrás.

Pasé algunos días en observación en el hospital, sin otra cosa mejor que hacer que observarte mientras dormías. En realidad, no hay nada que me produzca más placer que verte dormir. Adoro ver tus ojos cerrados, tus redondeadas facciones relajadas y tu boquita esbozando una sonrisa.

Un mes después, te bautizamos. Tu padre se ha empeñado en ponerte su nombre: Antonio. A mí me parece un nombre demasiado grande para una cosita tan pequeña y tierna como eres tú, por eso prefiero llamarte Toni.

Ahora estoy llevando a cabo lo que me propuse. No dudes que te quiero más de lo que he querido nunca a nadie y me duele en el alma tener que separarme de ti, pero no puedo permitir que te ocurra nada. Esta casa no es un sitio seguro.

Desde hace algunos días tienes un virus que afecta tu tripita. Te duele por la noche y lloras. Yo me he levantado todas las noches para atenderte, pero ayer no dejabas de llorar. Tu padre se levantó enfadado de la cama y acudió a nuestro encuentro. A ti te lanzó dentro de la cuna y descargó su frustración conmigo. Me dio algunas bofetadas y puñetazos mientras tú llorabas. Me angustió más tu llanto que mi dolor físico y no quiero que pasemos otra vez por ese mal trago. Antonio no tardará mucho en servirse de golpes para acallarte y te quiero demasiado como para permitirlo, por eso voy a darte a un matrimonio para el que trabajé antes de casarme. Son buena gente y sé que cuidarán bien de ti. Tu nuevo papá trabaja como notario y tiene suficientes contactos como para conseguir la falsificación de tu partida de nacimiento. De modo que a partir de ahora eres legalmente su hijo. Las únicas condiciones que he puesto a tu adopción y que, estoy segura, cumplirán son que te den esta carta cuando crean que eres lo bastante mayor y que mantengas tu nombre, Toni, porque espero que seas un buen hombre en un futuro y que le procures una fama más noble que la que le ha atribuido tu padre.

Por favor, nunca olvides a tu madre, una mujer casada con un hombre que la maltrataba. Quiero que sepas que siempre te he querido y si te entregué a otros padres fue por amor.

Te deseo mucha suerte.

Te quiere,

Mamá

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Plantilla creada por laeulalia basada en la minima de blogger.