viernes, 3 de abril de 2009

Un último perdón (III)

...

Mi madre, como si hubiese sido capaz de detectarlo en la distancia, me llamó por teléfono. Me alegré mucho de oír su voz. Me contó que tus tíos tenían novia y que estaban estudiando en la facultad de Medicina. Habían vuelto a ascender a mi padre, por lo que, con ayuda de una beca, podían pagar los estudios de los gemelos. Me decía que la mayor parte del día estaba sola en la casa, por lo que me echaba mucho de menos.

–¿Cómo te va todo, Mari? –me preguntó. Sus palabras abrieron el dique que había construido alrededor de mi corazón, por lo que no pude evitar que un torrente de lágrimas saliese de mis ojos.

Ya que tu padre no estaba en casa, le conté todo lo relativo a su conducta violenta. Mi madre me escuchó en silencio hasta que acabé de hablar.

–No es sólo eso, mamá, estoy embarazada.

Ella guardó silencio un momento mientras pensaba lo que iba a decirme.

–Mari, cariño, no permitas que te vuelva a pegar. No hagas cosas que puedan enfadarle. Además, si es inteligente y quiere tener al niño, no lo hará más, ya que un mal golpe puede provocar un aborto. Probablemente, si es capaz de soportar nueve meses sin hacerte daño, después no volverá a hacerlo. Descubrirá que no es necesaria la violencia.

–¿Qué hago si me pega pese a estar embarazada?

–Denúnciale y márchate de casa. Siempre puedes venir a vivir con nosotros.

–Gracias, mamá.

–Cariño, te queremos.

Colgué el teléfono, pero aún me costó un rato dejar de llorar.
Después de unas horas llegó Antonio, cansado, como siempre. Esta vez no esperé a que me dijese nada.

–Amor, tengo que darte una buena noticia.

Él me miró a través de sus dos mares, intrigado.

–Estoy embarazada.

En lugar de alegrarse como yo había hecho, se quedó pensativo un momento.

–¿Seguro que es mío?

“Por supuesto” pensé, pero estaba tan desconcertada por la pregunta que de mis labios no salió palabra alguna. Antonio interpretó mi silencio como una duda, por lo que levantó la mano cerrada en un puño y la descargó sobre mí.

–Claro que es tuyo. ¿De quién iba a ser si no? –dije intentando protegerme el vientre con los brazos.

Pese a mis palabras, él no dejó de golpearme en la cara, en los brazos y en las piernas, pero no en el cuerpo. Por lo menos intentaba no dañarte.

–Esto es una pequeña muestra de lo que haré contigo si el niño no es mi hijo.

Cuando se hubo hartado de pegarme, se marchó, como hacía siempre.
Me dolía mucho la frente y sentía las extremidades muy pesadas. Me levanté con dificultad. Estaba mareada. Sentí un líquido cálido deslizándose lentamente por mi rostro. Marqué el número de emergencias antes de caer desvanecida.

Cuando me desperté estaba dentro de una ambulancia, camino al hospital. Me dijeron que no me preocupara, que sólo tenía una conmoción por el golpe, que cuando llegásemos a la clínica me coserían la brecha en la cabeza. Les expliqué con desesperación que estaba embarazada. Me contestaron que probablemente no había pasado nada con el bebé, que no sangraba. Me dolía demasiado la cabeza como para pensar con claridad.

Un rato después, cuando fui realmente consciente de lo que sucedía a mi alrededor, un enfermero me había curado la herida y me preguntaba cómo me lo había hecho.
¿Debía contárselo? Mi madre me había dicho que si me pegaba sabiendo que estaba encinta debería denunciarle. ¿Pero qué ocurriría conmigo si le decía a alguien que me maltrataba? No quería pensarlo. Probablemente ya no contuviese sus golpes y provocaría que abortase. No podía permitir que mi hijo muriera. Pero mi madre me había dicho…

–Ha sido mi marido.

–¿Su marido?

–Me pega normalmente, desde que nos casamos hace cinco meses. Quiero denunciarle.

El enfermero llamó a la policía para que viniesen con un coche para recogerme, ya que, según dijo, no debía andar mucho todavía.
...

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